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El espacio urbano

El concepto de ciudad: un fenómeno complejo

¿Qué es una ciudad? Definir la ciudad no resulta fácil. Suelen utilizarse diversos criterios, cuya consideración conjunta permite una definición más completa del fenómeno urbano. En general, como espacio habitado, el hábitat urbano es el que se opone al hábitat rural. Pero hablar de hábitat urbano es hablar de la ciudad y la pregunta surge inmediatamente ¿qué criterios o aspectos se necesitan para hablar de ciudad?

a) Criterios cuantitativos o estadísticos se basan en cifras. El Instituto Nacional de Estadística (INE) considera población urbana los municipios con más de 10.000 habs. Este criterio es incompleto, no expresa muy bien la realidad urbana de España, porque contabiliza la población de todo el término municipal. Así, pueden darse casos de municipios con población dispersa (Galicia) o concentrada en un gran núcleo (algunos del sur) cuyo aspecto y funciones son claramente rurales, pero que por su número de habitantes se contabilizarían como urbanos. Por el contrario, hay pequeñas ciudades que no alcanzan los 10.000 habitantes (algunas del centro y norte), que con este criterio serían consideradas como núcleos rurales.

b) Criterios cualitativos definen la ciudad basándose en características morfológicas, funcionales, sociológicas y espaciales.

  • Criterio morfológico incide en el aspecto formal de la ciudad. La ciudad se define por una serie de edificios de mayor porte que los rurales, ya que en ella hay instituciones relevantes (catedrales, ayuntamientos, bancos, universidades, etc.); sus espacios públicos tienen un tratamiento más ordenado y diferenciado (zona de peatones, zona de tráfico motorizado…) que el rural; y los elementos naturales (ríos, colinas, playas…) tienen un significado y aspecto muy distinto de cuando se encuentran en espacios sin urbanizar. Este viene dado por la alta densidad de edificación y de la población y por el tipo de edificaciones, generalmente colectivas y en altura.
  • Criterio de continuidad espacial. La ciudad es aquella realidad que se expande en el territorio de forma masiva y, frecuentemente, sin solución de continuidad. En este caso, hay países que consideran ciudad a todo el poblamiento continuo o que tenga zonas intermedias pequeñas. Sin embargo, también los poblamientos dispersos pueden ser muy urbanos, sobre todo en los entornos metropolitanos. Por eso, este criterio también es difícil de aplicar a veces.
  • El criterio funcional se basa en las actividades económicas urbanas (industria y servicios), que son principalmente distintas de las agrarias. Ciudad está especializada sobre todo en actividades industriales y de servicios, al contrario, sería una localidad rural, mayoritariamente dedicada a las actividades agrarias. Pero hoy, sobre todo en los espacios cercanos a las ciudades (áreas periurbanas), existen municipios en los que la población que allí trabaja lo hace en las actividades agrarias; sin embargo, reside en ella mucha más gente que trabaja en la industria o en los servicios, pero cuyo puesto de trabajo está en otro municipio. Este tipo de realidad hace cada vez menos expresivo este criterio.
  • El criterio espacial o de área de influencia se basa en la capacidad de la ciudad de organizar el espacio que la rodea, es decir, de ejercer su influencia más allá de sus límites sobre otros núcleos de población y de interrelacionarse con otras ciudades. La amplitud de la influencia urbana viene dada por el tamaño de la ciudad y por la variedad de funciones que ejerce. El territorio que domina, controla y sobre el que ejerce algún modo de atracción una ciudad se denomina área de influencia urbana o “hinterland”.
  • El criterio sociológico o cultural define la ciudad por poseer una cultura urbana (con una mayor diversidad social, con unas estructuras familiares menos tradicionales, pautas de vida acelerada, gusto por el cambio, por el consumo y por diferentes maneras de concebir el ocio y las relaciones sociales, es decir, unas relaciones más impersonales y anónimas, frente a la mayor homogeneidad y control social existente en el ámbito rural). Este criterio es difícil de estudiar porque esta cultura se ha difundido al mundo rural a través de los medios de comunicación y de la expansión de la ciudad por el área rural, de modo que las diferencias de este tipo entre ambos espacios son cada vez menores.


El proceso de urbanización

Llamamos proceso de urbanización a la progresiva concentración en la ciudad de la población, las actividades económicas y las innovaciones más destacadas, así como la difusión de estos procesos hacia el entorno. En este proceso pueden diferenciarse varias etapas: preindustrial, industrial y postindustrial.

La tasa de urbanización es el porcentaje de población urbana (en España, la que reside en municipios con más de 10.000 habitantes) en relación con la población total.


1. La urbanización preindustrial

Comprende desde el origen de las ciudades al inicio de la industrialización en el siglo XIX. Durante esta etapa la urbanización fue modesta. La tasa de urbanización no supera el 10% de la población y se mantenía estable, al ser el crecimiento de la población paralelo al de la rural. El tamaño medio de las ciudades se situaba en torno a los 5.000-10.000 habitantes; las que superaban los 25.000 o 100.000 habitantes eran escasas.

Los factores que favorecían la urbanización eran:

  • Estratégico-militares: la ciudad controlaba el territorio.
  • Político-administrativos: era sede del poder político y base para la organización del territorio.
  • Económicos: controlaba los recursos del entorno y desarrollaba actividades comerciales y artesanales.
  • Religiosos: la ciudad era sede del poder religioso.
  • Culturales: albergaba los centros culturales y educativos.

Dentro de este proceso de urbanización preindustrial pueden distinguirse a su vez tres etapas: desde los orígenes a la Edad Media, la época medieval y la urbanización en la Edad Moderna.

1.- Respecto a los orígenes, conformación de la red urbana en la Antigüedad: en España no puede hablarse propiamente de ciudades hasta la colonización fenicia y griega del litoral mediterráneo a partir de los siglos IX y VIII a. C. Estos pueblos crearon factorías comerciales en la costa para explotar los recursos minerales, agrarios y artesanales. Algunas de ellas dieron lugar a ciudades. Los fenicios fundaron Gades (Cádiz), Malaka (Málaga), Abdera (Adra) y otros enclaves, con un emplazamiento siempre litoral, coincidía con abrigos naturales que servían de puertos o cercanos a colinas que facilitaban su defensa.

Tras los fenicios, los griegos (s, VIII a. C.) también crearon colonias a lo largo de las costas mediterráneas, sobre todo en las actuales Cataluña y Comunidad Valenciana: Rodas (Rosas), Emporion (Ampurias), etc

A partir del siglo VI a.C. empieza a desarrollarse una malla de pequeñas ciudades fortificadas iberas, es decir, con población autóctona, que pueden considerarse una primitiva red urbana. La mayor parte de estas ciudades se localiza en los sectores oriental y meridional peninsular.

Más adelante, la presencia púnica (cartagineses), pueblo de origen fenicio, y ya con el largo periodo de romanización se consolida un sistema urbano bien comunicado, especialmente a lo largo del litoral mediterráneo peninsular y balear y las dos submesetas, y que es ya la base del sistema urbano actual.

La romanización, iniciada en el siglo III a. C, dio lugar a la fundación de numerosas ciudades, lo que explica que muchas poblaciones españolas de cierta importancia tengan un origen romano (Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza). Sus funciones eran político- militares (control del territorio), administrativas (capitales provinciales o de partidos judiciales) o económicas (se instalaron en zonas con recursos minerales o agrarios de alto valor). Además los romanos crearon una red urbana unida por vías de comunicación (las calzadas), que tenían finalidad comercial y militar (penetración del ejército y control del territorio).

La ciudad romana es una ciudad planificada, especialmente cuando se trataba de una ciudad creada por los propios romanos. Su modelo es el del forma cuadrangular o rectangular, malla ortogonal y un viario jerarquizado, ya que hay dos ejes principales que se cortan en ángulo recto: el decumano (el más cercano a la dirección este-oeste) y el cardo (el más próximo a la dirección norte-sur). El cruce de ambos se realiza en el foro, el espacio central de la ciudad. Este es el ámbito urbano más importante, al que asoman los principales poderes políticos, comerciales y también religiosos de la ciudad.

La ciudad romana es una ciudad equipada. Los romanos fueron ante todo buenos ingenieros y arquitectos. La ciudad contaba con: un buen suministro de agua a través de acueductos (el de Cádiz se abastecía a más de 70 km); espacios para la higiene y el deporte (termas, gimnasios), edificios para impartir justicia y para el comercio (basílicas); edificios para el ocio (teatros, anfiteatros y circos), y una red de cloacas, algunas de las cuales han estado en funcionamiento durante siglos.

La ciudad romana tenía una fuerte componente monumental. Tanto los espacios públicos (foro) como los edificios solían tener una gran monumentalidad. Además, las ciudades contaban con grandes templos, fuentes, arcos de triunfo y una profusión de esculturas y otros elementos decorativos y suntuarios. La ciudad romana también perseguía, por lo tanto, un ideal estético que había heredado de la civilización griega.

Es una ciudad comunicada ya que el territorio (la Hispania romana) tenía una importante red de vías; destacaba la Vía Augusta, que unía Gades con la actual frontera francesa y de allí continuaba hacia Roma a través de la Vía Domitia. Esta red estaba realizada con una depurada técnica caminera e innumerables puentes, que hoy aparecen por todo el territorio español. En el litoral, las ciudades contaban con un puerto. La decadencia del poder romano y las invasiones germánicas condujeron a una fase de desurbanización a partir del siglo III. Muchas ciudades desaparecieron, y otras se convirtieron en asentamientos rurales o en sedes religiosas.


2. La ciudad medieval

caja simple centrada


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Durante la Edad Media se produjo una nueva fase urbanizadora, en dos espacios distintos, el musulmán y el cristiano. En la etapa visigoda se mantienen las características de la ciudad romana, aunque en un contexto mucho más empobrecido socioeconómica y técnicamente. El poder político se organiza desde Toledo.

1. El espacio musulmán, tras la invasión del 711, comprendía casi toda la Península entre el sur y las montañas del norte. En algunos casos los musulmanes fundaron ciudades nuevas (Madrid, Valladolid), pero la mayoría de las veces aprovecharon asentamientos anteriores (Zaragoza, Toledo, Málaga, Granada, Córdoba) que revitalizaron como centros estratégicos, administrativos, económicos, religiosos y culturales, llegando a tener un nivel más elevado que el de otras zonas de Europa durante los siglos más oscuros del Medievo. Con el avance de la reconquista las ciudades musulmanas pasaron a domino cristiano y sus habitantes fueron expulsados o segregados en barrios aparte (morerías).

La ciudad hispano-musulmana es una ciudad laberíntica, pues tiene unos trazados viarios muy intricados, estrechos, llenos de recodos, de arcos y de callejones sin salida. Nada más fácil que perderse en una de estas ciudades, cuyo difícil viario formaba también parte de su sistema defensivo. Este se completaba con la muralla y con el álcazar o castillo. Además, las casas apenas presentaban fachadas de importancia, escondiendo la riqueza o la miseria hacia los patios interiores, imperceptibles desde la calle. El paisaje, lleno de muros con pocas ventanas, contribuye a ese aspecto homogéneo y con pocos hitos para orientarse.

Es una ciudad de hondo componente religioso. El edificio más sobresaliente es su mezquita mayor o aljama. Muchas torres de iglesias e incluso de catedrales españolas proceden de mezquitas que se construyen en esta época (caso de la Giralda de Sevilla). La mezquita es el centro de los distintos barrios; próximos a ella siempre había una escuela coránica (medersa o madraza), una fuente para el abastecimiento público de agua, una tahona (horno para cocer el pan) y unos baños. Todos estos espacios eran lugares de encuentro y sociabilidad.

Las ciudades hispano-musulmanas tienen una destacada función comercial e industrial. Dentro de la ciudad musulmana destacan los zocos (mercados abiertos en los que abastecerse de productos alimenticios y que no precisan de una gran vigilancia) y las alcaicerías (espacios cerrados en los que se venden mercancías de más valor (loza, joyas, tejidos, especias). Por otro lado, los distintos oficios (gremios) se localizan agrupados en barrios claramente definidos (libreros, curtidores, carpinteros, etc.). Esto lo comparte con la ciudad cristiana.

2. En el espacio cristiano (inicialmente las áreas montañosas del norte que escaparon al dominio musulmán) la vida urbana era escasa. Pero se expandió de norte a sur a partir del siglo X, con la reconquista y repoblación del territorio, pues esta supuso la creación de municipios, que tenían como base ciudades nuevas o reconquistadas a los musulmanes. Desde los siglos XII y XIII, la reactivación de comercio generó un proceso de reurbanización a lo largo de las principales rutas comerciales.

La ciudad cristiana es una ciudad amurallada, los elementos defensivos son los más relevantes, y tanto las murallas como los castillos y alcázares fueron y muchas veces todavía hoy son los elementos más sobresalientes de su paisaje (Ávila, Segovia, Lleida, Mediana del Campo, Peñafiel…). Las murallas no sólo servían para proteger la ciudad, sino para marcar fronteras fiscales: al entrar en la ciudad o cruzar los puentes que la custodiaban había que pagar tributos por los productos que se llevasen.

En ellas se refleja la progresiva importancia del papel de la Iglesia. Por encima de las murallas destacan las torres de las iglesias (más visibles en el paisaje urbano que las mezquitas en Al-Ándalus), sobre todo a partir del siglo XII. El Camino de Santiago, que une ciudades importantes de Navarra, Castilla y León y Galicia (Pamplona, Logroño, Burgos, León, Santiago…) es una vía por la que entran estilos arquitectónicos del centro de Europa, que contribuirán, sobre todo a parir de las catedrales a la transformación de la imagen de la ciudad cristiana. En la Baja Edad Media también se consolidan las órdenes conventuales y monásticas, por lo que gran parte del espacio urbano estará ocupado por los conventos, tanto en el interior de la ciudad como en las inmediaciones; en este caso a menudo dan lugar a barrios extramuros llamados arrabales.

También, como la ciudad musulmana, es una ciudad comercial e industrial, igualmente organizada en gremios que se distribuyen en sus distintos barrios urbanos. Los nombres de muchas calles a un recuerdan esas organizaciones (toneleros, odreros, curtidores…).

En Plena Edad Media (a partir del siglo XI) la urbanización alcanó un mayor florecimiento, gracias a la reactivación del comercio, que favoreció a las ciudades situadas a lo largo de las rutas comerciales; en los grandes puertos (Bilbao, Barcelona, Valencia, Sevilla) y a lo largo del Camino de Santiago, que funciona como vía de peregrinación y de comercio.

Se consolidan poco a poco las plazas y las calles mayores, espacios del comercio y de la vida pública (la religión tenía sus propios lugares, más retirados). La ciudad cristiana no tiene la misma voluntad que la islámica en diferenciar los espacios públicos y privados. A menudo las personas vivían en la misma casa en la que trabajaban: en la planta baja se localizaba el comercio y/o taller, la primera planta la ocupaba el maestro y la segunda los aprendices.

Predominan los planos irregulares, pero menos que en la ciudad islámica. Las calles se disponen adaptándose al relieve, y solo destacan las que conectan las puertas entre sí y con la plaza mayor y los espacios más relevantes. El modo de crecimiento de la ciudad cristiana es orgánico. No hay planes que orienten su crecimiento, salvo en algunas ciudades de construcción real, fundadas o desarrolladas por los reyes para compensar el poder de los señoríos en el territorio. Estas últimas tienden a las formas geométricas (ejemplos son Villareal en Castellón o Salvatierra en Álava, ambas del siglo XIII).

Del siglo XIII al XV se produce un importante crecimiento de la ciudad cristiana, a pesar del duro golpe de la peste negra en el siglo XIV. Los señores (patriciado urbano) comienzan a construir edificios más suntuosos, se configuran los ayuntamientos como entidades para el buen gobierno urbano (el territorio que controlará un ayuntamiento se denominará municipio).


3. La ciudad moderna: la realidad urbana española entre los siglos CVI y XVIII

La ciudad moderna experimentó vaivenes en función de la situación demográfica, económica y política de cada momento.

  • En el siglo XVI, hubo un crecimiento urbano continuado debido al aumento de la población, a la expansión económica basada en el comercio con América, y al poderío político-militar de los Austrias. Las zonas más urbanizadas entonces eran Andalucía y Castilla, y las ciudades más destacadas, Sevilla, que controlaba el comercio con América y Madrid, elegida como capital por Felipe II (1563)
  • En el siglo XVII, la urbanización se estancó por la crisis demográfica y económica, así como por las importantes pérdidas territoriales. Las ciudades castellanas, más afectadas por esta situación, perdieron importancia en relación con las de la periferia.
  • En el siglo XVIII, con la nueva dinastía de los Borbones, el proceso de urbanización se reanimó, gracias al fortalecimiento del poder real y a la recuperación demográfica y económica. Las ciudades que más crecieron fueron la capital, Madrid, y las ciudades cantábricas y mediterráneas especializadas en el comercio marítimo

En general, siguen desarrollándose sin planificación. Mientras que en las colonias del imperio americano se estableció un modelo de ciudad muy planificada y controlada, en la metrópoli el crecimiento urbano se realizó sin apenas control. Los barrios de nueva construcción planificados escasean (con excepciones como la de La Barceloneta en Barcelona o la planificación de Ferrol) y la forma de crecimiento sigue siendo la misma que durante el Medievo: la ampliación de murallas y el desarrollo de arrabales o nuevos barrios extramuros.

Se desarrolla un nuevo sistema defensivo, sobre todo en las ciudades cercanas a las fronteras. La ineficacia de las murallas y los castillos medievales desde la difusión de la artillería provocó la aparición de un sistema defensivo más complejo y basado en la presencia de ciudadelas, que sustituyen a los antiguos castillos (Pamplona, Figueras) y anillos de baluartes defensivos en torno a las ciudades (Badajoz, Ciudad Rodrigo, Tui, Hondarribia, Ceuta, etc.)

Ya durante el Renacimiento se asiste a la construcción de edificios que renuevan importantes sectores urbanos (Salamanca, Úbeda, Baeza, Jaén, Granada…). Se construyen inmuebles de una dimensión desconocida durante la Edad Media, como el Monasterio de El Escorial, surge con gran profusión el fenómeno de las Plazas Mayores. Pero la transformación urbana es más potente durante el siglo XVIII (tras la crisis del siglo XVII). Muchas ciudades renuevan su imagen durante este siglo: el Madrid de Carlos III es el más conocido, pero Santiago de Compostela, Málaga o Murcia también configuran su paisaje urbano más emblemático. Las plazas se decoran con fuentes, estatuas, etc.

Se produce un crecimiento comercial e industrial, el comercio con las colonias puso a algunas ciudades españolas entre las más importantes del mundo durante la E. Moderna.

El mundo urbano descrito por Cervantes y otros destacados escritores del Siglo de Oro muestra un mosaico social riquísimo en las ciudades españolas de la época: aristócratas, funcionarios, militares, religiosos, comerciantes, artesanos, buscavidas, etc.


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