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¡Esta es una revisión vieja del documento!


El rey: deseoso de elevar la renta del tabaco al grado de prosperidad y de aumento de que se es capaz (…), he recomendado el mayor esmero en las labores que se ejecuten en mis reales fábricas de cigarros de la península. Pero como sin que estas se arreglen y uniformen como es debido no será posible darles la extensión y solidez de que son capaces, (…) [si no] ocupando en ellas sólo las manos delicadas de las mujeres, que no usurpa las de los hombres a la agricultura y otros ramos que exigen robustez y fortaleza.

FERNANDO VII. Real Decreto. 19-12-1817.

Las cigarreras: una historia propia

Fuente: O orballo da igualdade

Los comienzos de la fábrica no debieron resultar especialmente atractivos para las trabajadoras coruñesas y de sus alrededores; la novedad y la dureza del trabajo y la situación de la fábrica, bastante apartada de la ciudad, desanimaron a muchas mujeres a solicitar trabajo en la nueva factoría. El futuro de La Palloza no parecía nada prometedor en sus primeros años de actividad.

En cuando a las operarias, no sé que le diga; pues como está la fábrica tan desproporcionada de lejos, el camino todo a la orilla del mar, descampado, unos vientos nordestes que le hacen a uno andar con el cuerpo doblado. Los inviernos de mucha aguan y largos entiendo que no irán 100 operarias a trabajar (…). Se han borrado más de 120; y por muchas que vengan y se reciban, no habrá nunca en esta fábrica 400 operarias. Y encomenzando a venir barcos, menos: la una porque tiene padre, hermano o marido a quien servir y no las dejarán venir (…). Sin embargo, son muy desenvueltas; tratan en todo y trabajan en todo, y no están sujetas; y a ganar cuatro cuartos y un ochavo por un manojo de cigarros; que más vale ir y matarse en la mar, a desembarcar sal, sardinas, pescado o coger marisco y vender por las calles que estar allí.

Felipe PAMPILLÓN [mestre de labores]. Correspondencia familiar. 20-8-1908.

Al contrario, las previsiones no se cumplieron y en La Palloza llegaron a trabajar 4.000 mujeres a mediados del s. XIX, una cifra no superada por ninguna otra fábrica de la época en Galicia.

Las tareas de desvelado de la hoja de tabaco eran realizadas casi siempre por las cigarreras más mayores, aquellas que perdieran habilidad en las manos o en la vista para realizar labores de mayor precisión. Hay que tener en cuenta que hasta que consiguieron el derecho de jubilación de 1936, las cigarreras permanecían en la fábrica hasta el fin de sus fuerzas físicas.

La descripción de las condiciones de trabajo a finales del XIX fue magistralmente plasmada por Emilia Pardo Bazán en su novela La Tribuna.

Como la mayoría de las trabajadoras de las fábricas hasta 1936, cobraban por obra hecha. Además, y hasta que no se estableció la jornada máxima de las ocho horas, su horario permitía una flexibilidad a la hora de entrada y salida de la fábrica que les permitía atender también las labores del hogar.

Por otra parte, como su salario no era fijo, podían las cigarreras, especialmente las solteras, disponer de cantidades que no entregaban y que invertían en ellas mismas (vestidos, zapatos y complementos); esta situación, junto con la de trabajar en una empresa de participación estatal y de un monopolio que proporcionaba altos beneficios que garantizaban la continuidad de la factoría, hizo de la cigarrera una obrera identificable por su aspecto exterior y contribuyó a crear la imagen de las cigarreras como la “aristocracia de las obreras”.

Extremadamente generosas y solidarias

“¿Sabe usted lo que es esta fábrica? Una masonería de mujeres que, aunque hoy se arranquen el moño mañana se ayudarán todas como una legión de diablos” Emilia Pardo Bazán en sus notas para La Tribuna

“Sistema domiciliario agregado”

A pesar de que comúnmente se considera a las cigarreras como elementos que forman parte del cuadro de personal de las fábricas de tabacos, su estatus era el de “trabajadoras domiciliarias”, es decir, formaban parte de lo que se denomina “sistema domiciliario agregado”, un sistema que recoge elementos del sistema protoindustrial y agrega otros de carácter industrial.

Esta situación originaba una fuerte indefensión de las trabajadoras frente a la Arrendataria porque, al no estar consideradas como personal fijo (no ganaban un salario fijo por lo que también podían ausentarse días enteros) no se les reconocían muchos derechos, especialmente el de jubilación. Esta situación resultaba ciertamente injusta ya que muchas trabajaban durante toda su vida y sólo dejaban de acudir por absoluta imposibilidad física.

[Las cigarreras] suelen quedarse fuera de las sociedades de resistencia (…) ¿Fue el sindicalismo cosa exclusiva de hombres? ¿Fue propio de la mujer gallega de aquel período la sumisión en el taller? ¿Pensarían todas como aquella pescadera coruñesa que, irritada por la multiplicación incesante de paros en 1907 exclamó: “Malo rayo parta tanta huelga, tanto demonio! ¿Non basta cando non hai traballo?”

La realidad es más compleja y no aporta una respuesta unívoca. Hasta 1916 no se asocian a movimiento huelguístico alguno, ni siquiera al paro del Primero de Mayo. No obstante, sí se movilizan enérgicamente en cuantas ocasiones la Administración de la fábrica intenta recortar la remuneración a destajo o suprimir la flexibilidad del horario que aquellas disfrutaban. En varias ocasiones (1831, 1857 o 1902) su cohesión y el miedo que inspiraban obligan a la superioridad a retroceder. (Gérard BREY. El movimiento obrero en Galicia hasta 1930)


cigarreras_una_historia_propia.1453061551.txt.gz · Última modificación: 2024/02/22 14:59 (editor externo)

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