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Ciudad militarizada

El cementerio de San Amaro

La cruz gamada de San Amaro

Soldados nazis caídos en Galicia durante la II Guerra Mundial recibieron sepultura en el cementerio civil de A Coruña cuando el régimen de Hitler se dirigía hacia el ocaso de su dominio

A Coruña, años treinta. Una gran bandera nazi ondea en el edificio del número 1 de la plaza de Mina, donde un día de estos Amancio Ortega abrirá escaparates de una de sus firmas y antes estaba el Cantón Bar y, más tarde, Loewe, cuando las empresas aún hacían regalos a tutiplén. Eran los días del III Reich y varias enseñas con la esvástica decoraban los espacios entre los portones del señorial inmueble que va de Sánchez Bregua a la calle Compostela. Era la sede del consulado de Alemania que, más tarde, al estallar la contienda, se trasladaría a la plaza de Ourense.

Con la guerra, Galicia se había convertido en base de operaciones del régimen de Hitler gracias a la generosidad de Franco: aeródromos camuflados, refugio de submarinos en las rías, estaciones de radio y de meteorología, además de gran suministradora de wolframio, mineral estratégico para la industria bélica alemana.

La División Azul era llamada la División 250 de la Wehrmacht y sus soldados, vestidos con uniformes alemanes, prestaban juramento a la bandera nazi en lengua germana y en castellano. La permisiva España, condescendiente con el poderoso Eje, había pasado de neutral a declararse no beligerante y Galicia se había devenido un centro de espionaje internacional cuyo núcleo estaba en A Coruña.

Una emisora de radio nazi en el monte de Santa Margarita, una paragüería llamada La Alemana, navieras con nombre tedesco y Franco, entre tanto, veraneando en el pazo de Meirás, donde solía reunir al Consejo de Ministros. Ese era el ambiente de A Coruña hasta el final de la guerra, en mayo de 1945.

Unos meses antes, en vísperas del derrumbamiento del III Reich, el 9 de noviembre de 1944, era inaugurada una gran tumba nazi en la sección civil del cementerio de San Amaro, erigida por el consulado en A Coruña. “El mausoleo era sencillo, y consistía en una moderna estela funeraria de mármol o especie de cipo, que presidía las tumbas”, según el historiador José María Reiriz en La Coruña y la Segunda Guerra Mundial (Arenas).

En su centro, y en la parte superior, estaba decorado con un bajorrelieve del Hoheitsabzeichen de la Luftwaffe, o sea el águila volando, con las alas extendidas y sosteniendo la cruz gamada entre sus garras. Bajo este ornamento, una inscripción: Hier Ruhen Deutsche Soldaten (Aquí yacen soldados alemanes). A los lados del mausoleo, dos esvásticas esculpidas.

E1 magnífico sepulcro, que albergaba 16 sepulturas, estaba dedicado a los soldados alemanes caídos cerca de A Coruña en los años 1942, 1943 y 1944, entre ellas las de ocho tripulantes del submarino U-966, hundido por los ingleses cerca de Estaca de Bares, cuyos restos habían sido transladados desde el cementerio de O Barqueiro.

La inauguración se llevó a cabo con toda la pompa. Hubo una misa, a la que asistieron un representante de la embajada de Alemania, los agregados naval y aéreo y el jefe del Partido Nacionalsocialista en España. En representación española, autoridades civiles y militares y miembros de la sociedad coruñesa. Tras el oficio religioso, la comitiva se trasladó al departamento civil del cementerio, donde los prebostes nazis depositaron coronas de laurel sobre las tumbas.

Hoy no quedan vestigios a la vista de este pasado nazi en A Coruña. Los restos de los soldados enterrados en San Amaro fueron trasladados en 1982 al cementerio general de la II Guerra Mundial, abierto en la localidad cacereña de Cuacos por acuerdo de los gobiernos español y alemán para acoger a los más de 150 aviadores y marinos caídos en España durante las dos grandes guerras.

Con la excusa de que los restos del mausoleo no aparecen a los ojos del visitante, las autoridades municipales coruñesas olvidaron acabar con toda huella de ese oscuro pasado, incluso después de las quejas de la Comisión pola Recuperación da Memoria, al descubrirse que todavía quedaba al menos una de las dos cruces gamadas en su privilegiado lugar original, ocultada por un muro y la maleza.


Los castillos

Arquitectura militar: El castillo de San Antón

Etapas constructivas del Castillo de San Antón



El castillo de San Diego fue demolido en 1963 para ampliar los muelles. (Carlos Fernández, Historias de A Coruña)

Resultaría inimaginable que países como Francia o Inglaterra, donde el respeto a la historia es grande, hubiesen cometido el atentado que significa el derribo de un castillo del siglo XVII. Pero en España, donde lo que estorba se elimina rápido, todo es posible. Tal sucedió en A Coruña, a mediados de la década de los 60, cuando el castillo de San Diego, que con el de San Antón era uno de los viejos baluartes de la defensa de la ciudad, se demolió con el pretexto de que estorbaba para la ampliación del puerto comercial.

El castillo había comenzado a construirse durante el mandato del capitán general de Galicia Pedro de Toledo, marqués de Mancera, entre 1630 y 1636, terminándolo su sucesor Francisco González de Andía e Irazábal, marqués de Valparaíso. Al principio se le llamó castillo de San Gaspar, pero a partir de 1644 ya se conocería como castillo de San Diego.

En el relato del ataque francés a Coruña de 1639 ya se habló de la eficacia de la nueva fortificación, tendiéndose entre San Diego y San Antón una cadena que cerraba el puerto, así como la utilidad de su artillería, que no cesó de bombardear la escuadra del almirante Sourdis. Sobre el castillo, en una elevación que lo dominaba, el mismo capitán general inició la construcción de otro fuerte, del que se tiene noticia por vez primera en 1655 y que se llamaba Valparaíso. Estabilizado el fuerte y concluida la obra, San Diego fue gobernado por un capitán de los ejércitos reales durante muchos años. Mantenía San Diego tras las sucesivas obras y modificaciones del siglo XVII, una forma irregular adaptada al saliente rocoso en que se asentaba, con dos plataformas para artillería y un conjunto de locales agrupados en su centro, en los que se encontraban los cuerpos de guardia, el almacén, la capilla, el polvorín y el cuartel, todo ello para atender a una potencia artillera de 30 cañones.

Al revés que San Antón, que fue islote hasta hace no mucho tiempo, el de San Diego estaba unido a tierra y no tenía foso. Se abastecía de agua en una fuente distante 150 metros.

A finales del siglo XVIII se edificó el fuerte de Oza y el de Adormideras. Fue obra de los ingenieros Blas Gil de Bernabé. En 1886, el Gobierno hizo público su deseo de conservar el castillo, mientras la Diputación y el Ayuntamiento de Oza querían eliminarlo. A favor de estos dos últimos estaba Ramón Faginas, que, en 1890, pidió la eliminación del castillo para dejar construir a los dueños de los terrenos vecinos.


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